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Dos mujeres: Después de ver Una mujer fantástica en Warwick

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Fernando Concha Correa, University of Warwick

Ese jueves daban Una mujer fantástica. Terminé mis clases y fui al Arts Centre y esperé en la sala vacía. No tenía nada en mente, creo, o si tenía algo eran las expectativas que uno puede imaginarse. Como todo chileno vinculado a las humanidades, o como todo chileno, había oído varias versiones de la película. Apreciaciones y críticas que a veces hablaban de otras cosas, de la presidenta y del presidente electo, por ejemplo, incluso de esa vez que Chile ganó la Copa América y los de la selección fueron a la Moneda y se pusieron a gritar lunes feriado con la Bachelet sonriendo incómoda en el medio. Dos horas después estaba encerrado con un grupo de unas quince personas en el primer piso del Arts Centre y la discusión fluía un poco amorfa.

Me había quedado con esa sensación de ausencia que dejan las situaciones percibidas a través de la niebla transparente de otra lengua. Era una especie de desdoblamiento, ser dos veces espectador: de la película y de la audiencia que hablaba de cosas lejanas y cercanas a la vez. Rosa Bosch, sobre todo, con energía y agilidad saltaba de una arista a otra como una pulga y se reía y dejaba entrever fragmentos de su larga experiencia en el mundo del cine. (more…)

Jaime Huenún: Los viajes, las vigilias

Chilean Mapuche poet Jaime Huenún is author of many poetry collections, the most recent being Fanon City Meu (2014), which places the Mapuche experience of colonisation in a global context. As well as winning a number of awards for his poetry (including the Pablo Neruda prize in 2003 for Puerto Trakl), he has edited anthologies of indigenous poetry, and plays an important role in the recuperation of ancestral memory and the oral tradition through written literature in Latin America. The following poem is included in the bilingual collection Los viajes, las vigilias / Travels and Sleepless Nights, published by Ediciones Andesgraund in 2016.

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Puerto Trakl (2001)

(fragmentos)

Bajé a Puerto Trakl entre neblinas.
Buscaba el bar de la buena suerte
para charlar sobre la travesía.
Pero todos vigilaban la estrella polar en sus copas,
mudos como el mar frente a una isla desierta.
Salí a vagar por las calles con faroles rojos.
Las mujeres se ofrecían sin afecto, fragantes y cansadas.
“A Puerto Trakl los poetas vienen a morir”, me dijeron
sonriendo en todos los idiomas del mundo.
Yo les dejé poemas que pensaba llevar a mi tumba
como prueba de mi paso por la tierra.

 

“Y si vienes a morir a Puerto Trakl,
no bebas de mi vino”, dijo el tabernero.

Este bar no es la morgue de los ángeles
ni el cementerio de los fantasiosos.
Muchos hombres han cruzado el océano
por un jarro de cerveza, por una copa
de ginebra caliente.
Nadie aquí tiene patria ahora, y navegar
cansa más que la nostalgia y el amor.
Escucha, sólo escucha el estruendo del oleaje,
mientras el mirlo clama
entre las ramas y el viento.

 

Como un cantante de ferias y cantinas
repitiendo siempre las mismas canciones,
declamo poemas al océano.
El oleaje apaga el rumor de mi voz,
y la espuma salpica estos papeles
como un escupitajo de las rocas y el agua
a mi vanidad.
Entonces imito el gesto del cantante
cuando extiende la guitarra al público y le dice:
“no quiero aplausos, sólo monedas.
no quiero aplausos, sólo monedas.

Como una manera triste de predecir
miro el paso de las nubes sobre el puerto.
Sé que mi suerte no está
en ninguno de esos nimbos que regresan al mar
movidos apenas por el viento de la literatura.
“Profetizar me asquea” podría decir
y, sin embargo, allá va mi vida
sobrepasada por pájaros que llevan
todo el tiempo del mundo entre sus alas.

 

Fumando en el muelle desierto
recuerdo a mis hijos,
apenas alumbrados por el sol de este anillo.
Mi paternidad se ha ido a pique;
el mercado está desierto frente a mí.
Un corazón apátrida late en esta fuga
hacia la isla prometida.
El amor ha abierto una oscura puerta
por donde paso
inclinándome.

 

Bebimos el vodka de madame “Su”

en el hotel Melancolía.

Nos habló de sus novios,

su vejez,

y de unos gatos perdidos en el puerto.

La noche llegó desde un poema de Trakl

que ella guardaba en la memoria.

Alzamos nuestras copas y, sin prisa,

cada cual volvió a su propia

y cotidiana decadencia.

 

Ebrio me despide Puerto Trakl
con el alba mojando mi cabeza.
Sin dinero, sin amigos y sin reputación
vuelvo a mis antiguos días.
La pequeña mañana abre sus puertas.
Los tugurios donde beben poetas y pescadores
quedan para siempre atrás.